lunes, 31 de mayo de 2021

La quiero alta rubia y de ojos azules.

Si mal no recuerdo, fue en una casa de putas, muy próxima a la catedral de Oviedo, cuando la madame de la casa me hizo una pregunta parecida a la que ahora nos hace el gobierno.
—Joven, pase y dígame como la desea—.
Entonces no era como ahora, aun regia la ley de Camilo Alonso Vega durante la cual las casas de latrocinio mantenían una luz roja al entrada y las encargadas del servicio eran, ante todo, serviciales.
—Que sea alta, rubia y de ojos azules y, con dos tetas como dos carretas—
Tras los trámites correspondientes y el pago convenido, apareció Celia y pasamos una velada encantadora.
Hoy, cincuenta años después, en medio de una pandemia a la que el gobierno a sido incapaz ni de explicar, controlar y manejar, cuando tras un mensaje de WhatsApp, llego al aparcamiento del hospital Monte Aramo y allí, una solicita enfermera, me desinfecta el deltoides y, como no, me pregunta:
— ¿Qué vacuna desea?—


Vacunación a la carta
No es que sea yo muy adicto a los médicos pero, a lo largo de mi vida nunca se me ha ocurrido pedirle al galeno de turno que me recetase el fármaco que yo deseara, soy arquitecto y de medicina es de poco a nada.
Más que nada por esto me tiene asombrado que los expertos del ministerio de Salud, encabezados por la ministra y el Presidente del Gobierno, que tampoco son expertos en medicina, se les ocurra decir que sean los propios vacunados quienes decidan el tipo de vacuna. Tal idea me parece una barbaridad desde todos los puntos de vista. Sin duda hay en ello gato encerrado para poderse quitar de en medio, acusar al contrario de mala praxis o, como dice algún comentarista televisivo acojonar al personal llenándole la cabeza de ideas peregrinas, erróneas y sin ningún fundamente técnico o moral.

Vacunación a la carta
Señores del Gobierno, la vacunación y el tipo de vacuna no es algo elegible como las señoritas de aquella célebre novela de Vizcaíno Casas: “Niñas al salón”, donde sí se podía elegir. Aquí se está jugando con la salud de una nación, ya muy golpeada por un nefasto manojo de esta pandemia, se está desprestigiando a las relaciones internacionales, también con personal desconocedor de este tipo de actuaciones y, para colmo, se está denigrando la justicia aplicando indultos aquellos delincuentes que ni se arrepienten, ni reconocen sus felonías y solo esperan que los cándidos del gobierno los pongan en la calle para volverlas a repetir.

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