sábado, 5 de diciembre de 2020

Una carta (Mr.27)

El talento, en buena medida, es una cuestión de insistencia.
Francisco Umbral
«Es mejor haber amado y perdido que jamás haber amado»
Lord Alfred Tennyson
Tuve un amor, mi gran amor, no el único pero si el que más me marco. Me engaño desde el primer día, mejor dicho, me engaño todo el tiempo que estuvimos juntos. Alguna representación lo muestra como ciego. Así era yo y lo admitía.
Los tres primeros años fueron un carrusel de sexo, comprensión, casi amor. Luego nos separamos y pese al refrán de su país de “Amor de lejos, amor de pendejos” seguimos, por casi el doble de tiempo, manteniéndolo, puede que acrecentándolo. Fueron años de viajes, muchos, llamadas telefónicas, y cartas, infinitas cartas.
Una cada día, algunos dos. Tengo aun, no se él porque varios archivadores con todas ellas. Por escrito seguíamos nuestra vida, los problemas, los esfuerzos por volver a reencontrarnos de forma continua.

Al final lo conseguimos. Un conjunto de casualidades laborales, políticas, económicas y sobre todo personales hizo que me prejubilaran mucho antes de lo previsto.
Volvimos juntos y, desde mi enfoque personal, como antes. Pero no. La seguridad algo rompió. Un buen día me dijo vete y por amor me marche. Pensé que era un arrebato, un enfado momentáneo. Fue definitivo.
Ella en un continente, yo en otro. La fluidez de la comunicación escrita se quebró. La intimidad el cariño, desaparecieron. Ni después de pasar tantos años conozco el verdadero motivo. Se pasó de “Mia amor”, mi nombre, o un simple “Amigo” de entrada, a nada. De un beso, un abrazo, un saludo o el mismo nada de despedida Fue de una continuidad a un goteo a algo esporádico y condicionado por una fecha importante. Al final correos electrónicos cargados de enfado, malestar, venganza. Si ya antes no entendía a las mujeres tras ella mi ignorancia se hizo absoluta.
Hoy recibí una carta. Era raro, muy raro Aun antes de rasgar el sobre tenía la total certeza de contenido de la misma. Saque el contenido y lo único que incluía era una hoja en blanco, sin nada. Un adiós como final.
Fue un extraño regalo. Seguro no conocía aquel bolero que decía “Escríbeme, aunque solo sea con borrones, escríbeme”. Al menos estaba viva, seguía sola y rezumaba odio.

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