sábado, 21 de noviembre de 2020

Arreglos (Mr.25)

Una sucesión de pequeñas voluntades consigue un gran resultado.»
Charles Baudelaire
Todo es erotismo o nada lo es. Todo cae debajo del erotismo para una mente que se encuentra predispuesta a lo erótico y nada lo hace para quien no se haya predispuesto a ello. 
Carlos Marzal
Paquita era prima de mi madre, pero siempre la asocio, al hablar de ella como Gerardo y Paquita, marido y mujer, dúo inseparable.
Eran de Sarria, pueblecito cercano a Monforte de Lemos y se incluían entre aquellos privilegiados que no sufrieron ni la guerra civil española ni sus consecuencias.
Ella se casó muy joven, nada más terminar la contienda y como emprendedores pioneros, dejaron el pueblo y se desplazaron a Laredo.
Gerardo se hizo abogado y se especializo derecho inmobiliario. Al poco compro un hotelito, muy próximo a la playa que lo mantuvo hasta su muerte.
Paquita lo sobrevivió bastantes años viviendo en un palacete frente al hotel, viajando y disfrutando la fortuna que habían amasado.
Los recuerdo de cuando era pequeño. El, alto, fuerte, con bigote y sombrero. Ella morena rizosa, siempre risueña, parecida a Jane Russel. Siempre me gusto.
Hace más de cuatro años algún juzgado comunico a mi hermano que, o bien el testamento de Paquita se hacía efectivo o el Estado se quedaba con él. Aunque mi madre era prima carnal, o sea heredera en tercer grado, debido a la muerte sucesiva de los anteriores, ahora era la principal beneficiaria..
Mi hermano se movilizo, consiguió un abogado especializado y se iniciaron los trámites correspondientes.
Por cercanía territorial me asignaron evaluar sus bienes materiales en Laredo y allí partí un verano, confiando alternar vacaciones y trabajo, más que nada por tener que vivir, y de gratis, en su lujosa residencia.
El chalet, con un jardín de ochocientos metros tenia de todo. Servicio de limpieza y jardinería incluido.
Angelines, la encargada del mantenimiento, me fue enseñando el inmueble, los armarios y las zonas ajardinadas. Parecía que había vivido hasta ayer, y habían pasado cinco años.
Inventarié lo que pude y escribí a mi hermano diciéndole lo difícil que me parecía el venderlo. Era un caserón del siglo XIX, hoy protegido por la ley de mantenimiento histórico, con más de veinte árboles centenarios imposibles de eliminar. Encima la fachada anterior estaba decorada por porcelanas de Zuluaga, también censadas por Patrimonio Nacional. Como dije, un pozo de gastos sin fondo que aún se mantiene.

Lo curioso estaba en el interior. Puede decirse que el sesenta por ciento de las figuras de porcelana de la casa estaban rotas y recompuestas. De la vajilla, juegos de té o café, tres cuartos de lo mismo.
Pregunté a Angelines.
La señora, me dijo, tenía temblores y rompía muchas cosas, como no quería tirar nada, se pasó los últimos años de su vida reparándolas. “Algún uso tendrán y a mi todas me traen algún recuerdo, de tirarlas nada”. Allí estaban, no era yo nadie para eliminarlas.
Sigo yendo, verano tras verano y contemplo el lento deterioro de la casa sigo viendo las figurillas de porcelana rotas y reparadas, pero ahora sí, el polvo se amontona en los rincones pues, la buena de Angelines, murió, como antes hizo Paquita.

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