sábado, 14 de noviembre de 2020

La maleta (Mr.24)

Cualquier esfuerzo resulta ligero con el hábito.»
 Tito Livio.
El poder siempre es peligroso. Atrae a los peores y corrompe a los mejores.
Axioma Político
Ahora ya no viajo en avión. Encima con el coronavirus y las estrictas prohibiciones de nuestro gobierno, que como diría un amigo sudamericano “No sabe dónde se para”, lo de moverse de un país a otro es una epopeya, pero peligrosa.
Hace años si lo hacía. Mi primer transoceánico fue a Brasil en mil novecientos setenta y cuatro. Desde entonces lo he hecho a menudo. Un compañero llevaba la cuenta, yo, sin llevarla, calculo haber hecho más de cien vuelos.
En un principio los viajes estaban guiados por el azar, el que pasará, si llegare o no. Las maletas entraban en ese riesgo. Terminaran conmigo, se perderán, las llevaran a Dortmund, Alemania, (no sé porque pero allí terminaban todas las que se extraviaban), aparecerán rajadas y sin nada en el interior o en algún país, se deberá comprar al aduanero para que nada de esto suceda.
Debo reconocer que he tenido suerte. Solo tres veces tuve problemas. La primera en un viaje Lima Madrid en el que la maleta apareció, como no, en Dortmund, La segunda en Quito y la tercera en Santo Domingo donde me robaran parte de lo que llevaba dentro, lo más grave unos esplendidos bañadores de temporada recién comprados en el Corte Ingles.
En Sucre, aeropuerto de Quito, fue lo más anecdótico.
Volaba mucho a Quito. Vivía allí y cada tres meses, siempre por motivos laborales, hacía ese trayecto.
Tenía ropa en ambos países, pero por esa razón que todos desconocemos, siempre nos movemos con dos o tres maletas (en aquellos felices tiempos esto podía hacerse). También nos fiábamos de la vista y la memoria. Tomábamos cualquier maleta que se pareciera a la nuestra según asomaba por la cinta.

Falle yo. Vi tres, que creí las mías, las tome y salí pitando del aeropuerto. El aduanero amigo y el chofer de la empresa hicieron que mi estancia allí fuese mínima.
En casa vi el error. Una no era mía. En la que creí de mi propiedad llevaba camisas, pañuelos, calcetines, pañuelos y un chubasquero, en la que ahora tenía delante solo había…..ropa interior femenina nueva, sexi, aun en sus fundas originales, un auténtico muestrario de lencería fina, encima francesa, adquirida en los almacenes Lafayette Haussmann, de Toulouse.
Problema yo no tuve. A la mañana siguiente me llamo la policía citándome en la comisaria del aeropuerto. El propietario de la maleta, el Sr. Clodette, salvo aclaración superior, había cometido un delito de introducción mercancía no declarada en el País, del que yo podía, o no, ser responsable subsidiario.
En aquellos años era bastante normal viajar con una maleta de más repleta de ropa de mujer, cosméticos, colonias que vendida posteriormente en el mercado negro aportaba unos beneficios que cubrían el viaje, la estancia y quedaba algo para la vuelta. En menor cantidad servían para la obtención de servicios sexuales del personal femenino del lugar.
El francés protesto, echo mano a la embajada, menos la española el resto defendía a sus ciudadanos, aclarando finalmente que era representante de no sé qué firma y aquello era un muestrario de presentación.
Una bonita mentira que yo utilice, posteriormente, para obtener algún dinero o benéfico extra. Pero bueno este es otro tema como el de las diplotiendas para una nueva y mejor exposición.

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