sábado, 26 de septiembre de 2020

De noche (Mr.17)

Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos.
Eduardo Galeano
Inteligente es aquel que sabe dónde quiere ir y más inteligente aun el que sabe dónde no tiene que volver. 
Dicho popular
La luna subía rápidamente en el cielo. Bueno, al menos a mí sí me lo parecía.
El Hotel Ocotal, al norte Costa Rica, creo que es una inversión de la mafia colombiana, en parte para blanquear dinero, y en parte como puente entre ese país y Miami. El poco público que lo visita no debe saberlo, ellos, como yo, va por ser un lugar perdido entre el mar y la montaña, sin pueblos a su alrededor, con una carretera construida exclusivamente para él y una playa que pocos huéspedes visitan
Son tres niveles de habitaciones, con ocho por planta. Cada una con una pared acristalada hacia el pacifico, cubierta por visillos casi transparentes que más que impedir la visón invita a recrearse con ella. Una inmensa cama de más de dos metros da la bienvenida, detrás una mini cocina con salita y el servicio sanitario. Es todo. No precisa más.
Por delante un camino que comunica bien a las dependencias de bar y restaurante, en el nivel más bajo; bien a una pequeña piscina una por planta y a dos yacusis exteriores sobre la mitad del recorrido. Junto a la piscina una pérgola con hamacas, mesas y sillones en donde poderse tomar una copa con vistas impresionantes.
Lo recomendaría encarecidamente si no estuviese tan lejos y fuera tan complicada la llegada.
Al caer la tarde me sentaba y esperaba la caída del sol. Algo espectacular. La enorme bola de fuego rojo cayendo lentamente en el pacifico, tiñéndolo e iluminándolo de colores vivos. Luego la noche, la cena y de nuevo a la terracita.

Era la relajación total. Llamabas al camarero, o camarera, y te subían un gin tónica helado, una cubitera con hielo y mucho limón. Así esperabas la luna. No solía fallar. Surgía por el contrario de donde se ocultó el sol y tranquilamente pintaba de plata agua y horizonte. Casi nadie se recrea con esta vista. Y, solo y aburrido, brindaba con ella. A veces, al segundo o tercer gin tonic, me adormilaba y entonces, la luna, ascendía más deprisa, en silencio, para no despertarme.
Antes de descansar, un baño, a veces desnudo, un despedirse del día fresco, algo más sobrio, pero siempre solo.
Creo que en la otra vida volveré a este lugar con una sirena marina o un ángel del cielo que a mi lado me expliquen los misterios y las verdades del ocaso y la salida de la luna. Será entonces, ya fuera de este mundo, cuando pueda gozar de esa otra experiencia hasta ahora prohibida: estar con una mujer. Más aún si ella fuese la dama de mis sueños o el sueño de mi realidad.
Mientras ese día no llegue veré la luna, ascender velozmente en el cielo y recomendándome que ya es hora de que me retire a la cama.

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