sábado, 5 de septiembre de 2020

Un bonito viaje (Mr.14)

Atreveos: el progreso solamente se logra así.
Víctor Hugo
Mentir es necesario para contar la verdad.
Luis Martínez
—Lo lamento, Ingeniero, pero no puedo ofrecerle una solución menos peligrosa—
Janneth, mi secretaria, esbozo una tímida sonrisa y espero respuesta.
—Da lo mismo. Iremos así. Dile a Checa que salimos el lunes. —
—Ingeniero el doctor Checa tiene esta semana reuniones en el ministerio. No creo que pueda ir—
—Iré solo. Sácame billete de ida y vuelta y resérvame habitaciones en Riobamba y Cuenca. Donde siempre. —
De Quito a Cuenca hay 460 Km. Una distancia parecida a la de Oviedo- Madrid. Se hace por la conocida Panamericana que, si hoy día está mal, cuando yo lo hice, en el 1984, era una especie de camino vecinal sin mantenimiento, protecciones ni señalizaciones. Era una aventura. Una experiencia tan peligrosa como maravillosa.
El viaje hacia una parada intermedia, en Riobamba donde cada viajero se las apañaba para conseguir alojamiento (cuyo precio no estaba incluido en el billete). Algunos dormían en el mismo bus, otros en los bancos de la estación, en casa de algún conocido o, como yo, en un hotel, “El Molino” único decente de la ciudad.
La estación de autobuses de Quito era un hormiguero, en el sentido auténtico de la palabra, de gente, bultos, animales y viajeros.
Asiento, incómodo y reducido de pasillo, y “por dicha” acompañante femenino en ventanilla. El autocar lleno de familiares despidiéndose y vendedores ambulantes que ofrecían chicharrones, frutas, confites, empanadas, agua y colitas muy frías, iba lentamente despoblándose ante los gritos y amagos de salida del conductor. Únicamente algún arriesgado comerciante seguía ofreciendo sus mercancías con el cuerpo ya fuera del transporte.
Por lo general los buses preferían viajar de día. La primera parte, Quito-Riobamba, se hacía por el altiplano entre dos cadenas de volcanes y era relativamente cómoda, ni grandes subidas ni arriesgados descensos, todo llano. En ella se presentó mi acompañante, Berni, o mejor dicho, Bernarda Arguello, natural de Cuenca, estudiante de bellas artes. Al principio hablo poco, más adelante no había quien la parase.
“El Molino”, era un hotel pequeño. Había que pagar la instancia por adelantado y las cucarachas campaban a su aire. Grandes ventiladores de techo, con un ruido sordo y continuo refrescan el ambiente. Un olor penetrante de ají fresco matizaba el ambiente. Dormí poco, sude muchísimo.
A las siete de nuevo al bus. Ocho horas para 270 Kms. Una carretera infame: “La senda de la muerte” y un paisaje precioso

A quien no haya ido, tenga miedo o vértigo, no se la recomiendo. A quien ame el riesgo, la belleza o el misterio, sí. Salimos en una nube. Hay que saber discurre entre 3.500 y 5.300 metros de altitud Mejor, por encima de la nube. E cielo azul, claro, casi transparente. Bajamos algo y a la nube. Bruma blanquecina, lluvia, barrillo. Así kilómetros y kilómetros. Sin saber dónde estábamos, sin ver el bosque verdoso que nos rodeaba.
Cuando el cielo se abría, era peor. La carretera, muy estrecha bordeaba montañas sin apenas protección alguna, se adentraba en túneles sin revestimiento, muchas veces con fuentes naturales en su interior. Mi acompañante femenino, tal vez por darme ánimos comento:
—Mire, en un derrumbe en esta zona murieron, hace dos meses, quince pasajeros de un bus que fue arrastrado por un deslizamiento—
Seguíamos zigzagueando entre mortales precipicios. Cada cierto tiempo el transporte se detenía para dejar paso a otro en sentido contrario y así ocho horas.
—Dejamos a la izquierda el Parque Natural de Sangay. — Comento Berni—. Ya pronto llegamos. La carretera mejora—
Un alivio, pensé. Al menos habíamos llegado.
Las reuniones fueron un fracaso y las salidas con mi nueva amiga un éxito.
Regrese en avión. Otra epopeya. A modo de ejemplo indicare que, por aquello de la estrategia militar, la pista, en vez de estar orientada a lo largo del valle lo está a lo ancho. Los transportes, según salen, se encuentran con un farallón de más de 5.000 metros y las ruedas da la impresión de discurrir por la falda de la montaña.
Por si un día lo toman los peruanos, que no lo puedan usar. Dijo el piloto para relajar la tensión.

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