sábado, 3 de octubre de 2020

Peligro no aparente (Mr.18)

Lo que no se comienza hoy nunca se termina mañana
Johann Wolfgang Von Goethe
Cuando solo buscas el cuerpo corres el riesgo de no encontrar nunca el verdadero amor.
Yo
Me enamore. Me enamore como un loco el primer día que la vi. Aun hoy, cincuenta años después lo recuerdo y apenas si lo comprendo.
Ambos acabábamos de casarnos, teníamos una hija y un hijo, vivíamos en el mismo edificio, ella en el bajo yo en el cuarto. Por alguna razón, que ya no recuerdo, una noche bajamos a su casa, solo nos habíamos visto por los jardines, el supermercado o el café de la esquina.
Lo demás de ese día no lo recuerdo, a ella si. Llevaba una blusa blanca, amplia, casi transparente y pantalones largos negros. Media melena ensortijada, unos ojos profundos. Un sujetador negro que se perfilaba tras la tela.
Hablaba poco. Su marido, Alberto, relaciones públicas e informático de una de las empresas de esta rama que acababa de asentarse en España, era una ametralladora. Sabia de todo, conocía a todo el mundo. Hasta Julio Iglesias y la Presley que Vivian en la misma calle. Era del Atlético, cazador, golfista, lo que fuese por vender y ganar dinero. Era su meta. Su bodega, como una tienda. Regalaba licor, los proveedores le obsequiaban de idéntica forma. Beefeater a discreción, verano, calor, No sé cuándo las mujeres desaparecieron. Salieron del baño arregladas, un golpe de peine, perfilado de labios, colonia.
Era joven poco observador, muy inocente. Tarde un tiempo, hoy habrían sido segundos, Marisa, así se llamaba, no llevaba sujetador. Estaba clarísimo. Antes era negro y ahora la piel se percibía nítida, los pezones eran claramente visibles. Allí mismo me enamore de sus pechos.
Seguí obsesionado cincuenta años, tal vez aun lo este. Tiempo para jugar, flirtear y querer, sin éxito, engañar. Me acuerdo en Navacerrada, también tras una noche de copas, se jugó y perdió, quitarse el sujetador delante de todos. No sé cómo, pero lo hizo me regalo el sujetador que, a modo de fetiche, guarde durante mucho tiempo.
Se los vi en una playa nudista a finales de los ochenta cuando. Yo pase el día desnudo, ella se despojó del bañador cuando juntos fuimos a ducharnos.

Años más tarde, ya los dos divorciados, se los comí al amparo del calor en el garaje de su casa. Fue un verano loco. Ella en paro, yo también, los dos con la idea de ingresar en la Comunidad Europea, como lingüista e ingeniero. Una, dos noches de sexo entre el sofá y la cama, sin apenas hablar, solo gozando, explorando nuestros cuerpos. Un fin de fiesta que culmino conmigo en América y con ella en Paris como secretaria de Alta Dirección de Ensidesa.
La felicito en su cumpleaños, ella lamenta no haber hecho lo mismo, son en días consecutivos, 16 y 17. Juramos volvernos a ver, nunca lo hicimos, Pienso que ni lo haremos.
Ya nos hemos jubilado. Ella se ha hecho abuela, yo lo soy pero aun no me he hecho. Hace tiempo que no nos vemos.
No quiso cuando pudimos y no he sabido el porqué. Un día lo tuvimos en la mano pero lo dejamos ir.
Alguien me susurro, en otra noche de copas, que era un peligro, que había destrozado a cuantos hombres estuvieron a su lado. Que me acompaño la suerte y no ser una más de sus presas.
Como mi interlocutor era un poeta, marica pero poeta, dijo que era como un gran lago helado, el riesgo no estaba en el hielo que lo cubría, estaba en el agua gélida de debajo. Esa, si te mataba.
En ella, el peligro, la maldad, no estaban en la superficie, permanentemente moraban en su corazón.

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