Es
muy triste para los españoles. A los dos gallos de la Gallera no se lo parece. Uno anda buscando tarjetas de memoria, el
otro asimilando sus fracasos.
Cuando Sánchez llegó a la Moncloa, una de sus grandes
pretensiones, fue el elevar a España a los altares de la Unión Europea (UE),
situando al país en la primera línea de decisiones de Bruselas y ganando un
peso importante en el contexto político internacional. Hoy los hechos demuestran que todo se le ha ido de las
manos, que en política internacional somos
los más tontos de la clase y nuestro
peso, comunitariamente hablando, es como el de Chipre.
Presidente y
Vicepresidente
El fracaso de Calviño deja a España con un solo
director general en la Comisión
La ministra de Economía y vicepresidenta del Gobierno,
Nadia Calviño se lamentó ayer de que en la votación para la elección del
presidente del Eurogrupo, dado que el voto es secreto, algún país incumplió su
palabra y, saber cuál, será difícil o imposible saberlo.
El fracaso de Calviño deja a España en una situación
inédita en la historia de su participación en las instituciones. Ahora mismo
aparte del cargo de Alto Representante que ejerce Josep Borrell, y que es más
decorativo que otra cosa, en la Comisión ya solo hay un director general
español (Daniel Calleja, responsable del servicio jurídico) mientras que países
como Holanda tienen tres y en puestos especialmente estratégicos (Presupuesto,
Economía y Política Social). Suecia tiene dos, Dinamarca otros dos, así como
Finlandia. Italia tiene tres, Francia, cuatro y Alemania, cinco.
El grado de influencia de España en la cúpula de los
funcionarios europeos se ha quedado a la altura de países muy pequeños como
Austria, Chipre o Luxemburgo, cuando hasta no hace mucho tenía cuatro directores
generales, uno de ellos, por cierto la propia ministra Calviño al mando de una
cartera codiciada como la de Presupuestos.
Además de su desplazamiento en las
discusiones europeas, Sánchez también tiene que enfrentarse a la mala
sintonía en la que transcurren sus relaciones con Washington. El
pasado febrero, un alto funcionario estadounidense lamentaba que Madrid se
hubiera convertido en el gran obstáculo de la UE para una política común de
rechazo del régimen chavista en Venezuela. Ese mismo
mes, el presidente del Gobierno había calificado al presidente interino, Juan Guaidó, de
«líder de la oposición», degradando su legitimidad. Por entonces, la Moncloa
lidiaba con el llamado caso «Delcygate», o sea el lio en el aeropuerto entre
nuestro ministro Abalos y la representante de Maduro.
Ante este panorama, la última apuesta de
Sánchez para ganar un organismo internacional es que el ministro de Ciencia e
Innovación, el ex astronauta Pedro Duque, acceda a la
presidencia de la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus
siglas en inglés). Solo el tiempo dirá si logra que esa ambición salga
adelante. Esto, aun en el caso de lograrlo es poca o nula renta para andar por
ahí del brazo de su Vicepresidente pavoneándose de ser los más competentes dentro
de la política Europea.
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