lunes, 13 de julio de 2020

Como Chipre

Es muy triste para los españoles. A los dos gallos de la Gallera no se lo parece. Uno anda buscando tarjetas de memoria, el otro asimilando sus fracasos.
Cuando Sánchez  llegó a la Moncloa, una de sus grandes pretensiones, fue el elevar a España a los altares de la Unión Europea (UE), situando al país en la primera línea de decisiones de Bruselas y ganando un peso importante en el contexto político internacional. Hoy los hechos demuestran que todo se le ha ido de las manos, que en política internacional somos los más tontos de la clase  y nuestro peso, comunitariamente hablando, es como el de Chipre.
Presidente y Vicepresidente
El fracaso de Calviño deja a España con un solo director general en la Comisión
La ministra de Economía y vicepresidenta del Gobierno, Nadia Calviño se lamentó ayer de que en la votación para la elección del presidente del Eurogrupo, dado que el voto es secreto, algún país incumplió su palabra y, saber cuál, será difícil o imposible saberlo.
El fracaso de Calviño deja a España en una situación inédita en la historia de su participación en las instituciones. Ahora mismo aparte del cargo de Alto Representante que ejerce Josep Borrell, y que es más decorativo que otra cosa, en la Comisión ya solo hay un director general español (Daniel Calleja, responsable del servicio jurídico) mientras que países como Holanda tienen tres y en puestos especialmente estratégicos (Presupuesto, Economía y Política Social). Suecia tiene dos, Dinamarca otros dos, así como Finlandia. Italia tiene tres, Francia, cuatro y Alemania, cinco.
El grado de influencia de España en la cúpula de los funcionarios europeos se ha quedado a la altura de países muy pequeños como Austria, Chipre o Luxemburgo, cuando hasta no hace mucho tenía cuatro directores generales, uno de ellos, por cierto la propia ministra Calviño al mando de una cartera codiciada como la de Presupuestos.
Además de su desplazamiento en las discusiones europeas, Sánchez también tiene que enfrentarse a la mala sintonía en la que transcurren sus relaciones con Washington. El pasado febrero, un alto funcionario estadounidense lamentaba que Madrid se hubiera convertido en el gran obstáculo de la UE para una política común de rechazo del régimen chavista en Venezuela. Ese mismo mes, el presidente del Gobierno había calificado al presidente interino, Juan Guaidó, de «líder de la oposición», degradando su legitimidad. Por entonces, la Moncloa lidiaba con el llamado caso «Delcygate», o sea el lio en el aeropuerto entre nuestro ministro Abalos y la representante de Maduro.
Ante este panorama, la última apuesta de Sánchez para ganar un organismo internacional es que el ministro de Ciencia e Innovación, el ex astronauta Pedro Duque, acceda a la presidencia de la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés). Solo el tiempo dirá si logra que esa ambición salga adelante. Esto, aun en el caso de lograrlo es poca o nula renta para andar por ahí del brazo de su Vicepresidente pavoneándose de ser los más competentes dentro de la política Europea.

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