sábado, 18 de julio de 2020

La plaza de mi pueblo (Mr.8.)

El talento es algo bastante corriente. No escasea la inteligencia, sino la constancia.
 Doris Lessing
“Para ser un buen jefe hay que saber, saber hacer y saber hacer, hacer.”

Soy oriundo de Oliete, un pequeño pueblecito del Teruel profundo que, en sus épocas más prosperas, a principios del siglo XX, llego a tener sobre los mil habitantes. Hoy apenas si alcanza los 200. En verano con la llegada de emigrantes, desde Madrid, Zaragoza y Barcelona hay un ligero repunte, no mucho.
Hasta que hice la primera comunión, en el pueblo naturalmente, pasaba en él, con mis abuelos, los meses estivales, más tarde al morir mi padre deje de ir.
A margen de la casa de los abuelos y un poco de su entorno, recuerdo poco de quienes me rodeaban. Si la de casa: grande, de tres plantas con cochinera en el bajo, sin agua corriente, matadero y la consulta de mi abuelo, médico de esa comunidad y los siete pueblos circundantes. En cada estancia una palangana de pie y una jofaina con agua para lavarnos manos y cara. No recuerdo haberme bañado nunca.
Cada mañana alguna de las muchas mujeres que servían a mi abuela, salía a la fuente cargada de cantaras para acarrean el agua necesaria para cocinar, beber y arreglarse.
La fuente estaba en la plaza del pueblo, en el centro. Cuatro grandes chorros, un montón de mujeres esperando para hacer la correspondiente recogida y un suelo permanentemente mojado y embarrado
El bar del Carela, la carpintería del José y la casa de los Alfonso era los hitos importantes que circulaban la fuente.
En el bar, por la noche, se decía había grandes timbas de póker y los terratenientes de la zona acudían, por lo general, a perder su dinero. Entre Antonio, el alcalde, antiguo sargento del ejército, con fama de fulminar a sus mujeres, se había casado tres veces y el cabo de la guardia civil, el orden, pese al vino y al fragor del juego, siempre estuvo garantizado. La sola presencia del Antonio y su vigor físico daban fe de ello.
Cuando el día era bueno y las chicas del servicio estaban de humor, bajábamos hasta el rio. Allí el abrevadero para las caballerizas, justo frente a la casa de la Guardia Civil, bajo un magnifico árbol donde anidaban cientos de gorriones, fruto predilecto para los “gomeros” de la muchachada del pueblo que intentaba, sin éxito cazar alguno.
Un poco más abajo, a la orilla del rio Martin, afluente del Ebro, el Lavadero Municipal donde las mujeres, aprovechando el agua, hacían la colada de todas las casa del pueblo.
He vuelto después de casi cincuenta años.
 Plazza del pueblo
Nada ha cambiado y todo se ha transformado. La plaza sigue en su sitio, ahora adoquinada. La fuente ya no existe. Junto a ella el Ayuntamiento y un pequeño jardín con bancos, permanentemente ocupados por personas con su ordenador. Allí es la única parte del pueblo donde llega y se capta la señal Wi-Fi. El bar ha desaparecido, sustituido, más bien por un cajero automático de la Caja Rural. La casa de los Alfonso es la  Casa Rural del entorno, y el agua, como es de suponer esta canalizada para todo el núcleo rural.
Como era previsible, la Guardia civil ha desaparecido, agrupándose toda en Muniesa, pueblo mayor y mejor comunicado. El abrevadero se demolio, igual que el 90% de las caballerías y el viejo lavadero es en la actualidad un chiringuito que abre un rato por las mañanas y otro por las tardes.
Oliete, por lo demás, es el mismo. Las mismas familias, idénticos jugadores de frontón (hijos de los de antaño), la religiosidad de entonces (los domingos todo el mundo a misa de doce. Durante el sermón puede salirse a la calle a fumar un cigarrillo). Es un pueblo como anclado en el pasado, ya sin la plaza con la fuente de cuatros caños para abastecer de agua al personal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario