El
talento es algo bastante corriente. No escasea la inteligencia, sino la constancia.
Doris Lessing
“Para ser un buen jefe hay que saber, saber hacer y saber hacer,
hacer.”
Soy
oriundo de Oliete, un pequeño pueblecito del Teruel profundo que, en sus épocas
más prosperas, a principios del siglo XX, llego a tener sobre los mil
habitantes. Hoy apenas si alcanza los 200. En verano con la llegada de
emigrantes, desde Madrid, Zaragoza y Barcelona hay un ligero repunte, no mucho.
Hasta
que hice la primera comunión, en el pueblo naturalmente, pasaba en él, con mis
abuelos, los meses estivales, más tarde al morir mi padre deje de ir.
A
margen de la casa de los abuelos y un poco de su entorno, recuerdo poco de
quienes me rodeaban. Si la de casa: grande, de tres plantas con cochinera en el
bajo, sin agua corriente, matadero y la consulta de mi abuelo, médico de esa
comunidad y los siete pueblos circundantes. En cada estancia una palangana de
pie y una jofaina con agua para lavarnos manos y cara. No recuerdo haberme
bañado nunca.
Cada
mañana alguna de las muchas mujeres que servían a mi abuela, salía a la fuente
cargada de cantaras para acarrean el agua necesaria para cocinar, beber y arreglarse.
La
fuente estaba en la plaza del pueblo, en el centro. Cuatro grandes chorros, un
montón de mujeres esperando para hacer la correspondiente recogida y un suelo
permanentemente mojado y embarrado
El
bar del Carela, la carpintería del José y la casa de los Alfonso era los hitos
importantes que circulaban la fuente.
En
el bar, por la noche, se decía había grandes timbas de póker y los
terratenientes de la zona acudían, por lo general, a perder su dinero. Entre
Antonio, el alcalde, antiguo sargento del ejército, con fama de fulminar a sus
mujeres, se había casado tres veces y el cabo de la guardia civil, el orden,
pese al vino y al fragor del juego, siempre estuvo garantizado. La sola
presencia del Antonio y su vigor físico daban fe de ello.
Cuando
el día era bueno y las chicas del servicio estaban de humor, bajábamos hasta el
rio. Allí el abrevadero para las caballerizas, justo frente a la casa de la
Guardia Civil, bajo un magnifico árbol donde anidaban cientos de gorriones,
fruto predilecto para los “gomeros” de la muchachada del pueblo que intentaba,
sin éxito cazar alguno.
Un
poco más abajo, a la orilla del rio Martin, afluente del Ebro, el Lavadero
Municipal donde las mujeres, aprovechando el agua, hacían la colada de todas
las casa del pueblo.
He
vuelto después de casi cincuenta años.
Plazza del pueblo
Nada
ha cambiado y todo se ha transformado. La plaza sigue en su sitio, ahora
adoquinada. La fuente ya no existe. Junto a ella el Ayuntamiento y un pequeño
jardín con bancos, permanentemente ocupados por personas con su ordenador. Allí
es la única parte del pueblo donde llega y se capta la señal Wi-Fi. El bar ha
desaparecido, sustituido, más bien por un cajero automático de la Caja Rural.
La casa de los Alfonso es la Casa Rural
del entorno, y el agua, como es de suponer esta canalizada para todo el núcleo
rural.
Como
era previsible, la Guardia civil ha desaparecido, agrupándose toda en Muniesa,
pueblo mayor y mejor comunicado. El abrevadero se demolio, igual que el 90% de
las caballerías y el viejo lavadero es en la actualidad un chiringuito que abre un rato por las
mañanas y otro por las tardes.
Oliete,
por lo demás, es el mismo. Las mismas familias, idénticos jugadores de frontón
(hijos de los de antaño), la religiosidad de entonces (los domingos todo el
mundo a misa de doce. Durante el sermón puede salirse a la calle a fumar un
cigarrillo). Es un pueblo como anclado en el pasado, ya sin la plaza con la
fuente de cuatros caños para abastecer de agua al personal.
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