sábado, 13 de junio de 2020

Mi camarera del bar (Mr.3)

«No busques tiempo para escribir. Créalo.»
Nora Roberts
Un hombre fascinado por las mujeres, está siempre interesado por ellas y, a menudo, se enamora de ellas de verdad.
    Yo
Sera una obsesión, pero el maldito coronavirus está destrozando nuestra cotidianidad.
Nació en 1990, en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia). Llego a España en el 2005 con una niña en el vientre. Ahora trabaja, perdón, trabajaba, como camarera, responsable de barra, en un bar de Oviedo.
Apareció, una tarde de primavera, con su amiga Elisa, eran como hermanas. Ambas de negro, con coleta, delgadas, no medio indias, indias por completo. Ella sé quedo.
Los lunes libra, El resto de los días está en el bar a las cuatro.
Recoge las sobras de las comidas, organiza las mesas, sirve cafés y distribuye al equipo de repartidores. Entra luego en un periodo de calma.
A media tarde las señoras mayores, su té y su partidita de cartas. A las seis los hombres. Café, copa, cerveza y, cada vez más a menudo, un partido de futbol. 
Liliana, así se llama, cuando llegó no sabía de futbol, ni leía la prensa ni veía televisión.  A mí me preguntaba por horarios o partidos.
Tiene memoria. En una semana sabía que tomaba yo y la mayoría de los habituales: una gran ginebra con tónica en vaso de sidra lleno de hielo y con una rajita de limón. Según entraba por la puerta, me lo ponía. Un poco después un aperitivo para paliar los efectos del alcohol. Cuando el Atlético de Madrid o el Oviedo ganaban, no muchas veces, solía repetir. Ella, también lo sabía.
Según llegaba la noche más clientes, más consumiciones, más movimiento de caja y más tráfico de camareros. La caja registradora acumulaba pedidos y cobros, el teléfono no cesaba de sonar y problemas como falta de algún tipo de bebida o la rotura de vasos o tazas, eran incidentes no eventuales sino casi ordinarios.
Lili debía salir de doce a una de la noche. Nunca estuve allí para comprobarlo.
Así los últimos años hasta que el coronavirus ha eliminado, por decreto, bares, empleos y compañerismo. Ya no volveré a tomar una copa muy fría acodado en la barra, ni contemplare el ir y venir de mi camarera favorita. Hoy está en el paro. Su futuro es tan negro, “como la panza de una hormiga” que dicen en su país.
El virus se la llevo. Solo un giro rocambolesco del destino o un milagro inhabitual, podría hacer que otra tarde de primavera apareciese de nuevo.

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