«No
busques tiempo para escribir. Créalo.»
Nora
Roberts
Un
hombre fascinado por las mujeres, está siempre interesado por ellas y, a
menudo, se enamora de ellas de verdad.
Yo
Sera una
obsesión, pero el maldito coronavirus está destrozando nuestra cotidianidad.
Nació en
1990, en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia). Llego a España en el 2005 con una
niña en el vientre. Ahora trabaja, perdón, trabajaba, como camarera,
responsable de barra, en un bar de Oviedo.
Apareció,
una tarde de primavera, con su amiga Elisa, eran como hermanas. Ambas de negro,
con coleta, delgadas, no medio indias, indias por completo. Ella sé quedo.
Los lunes
libra, El resto de los días está en el bar a las cuatro.
Recoge las
sobras de las comidas, organiza las mesas, sirve cafés y distribuye al equipo
de repartidores. Entra luego en un periodo de calma.
A media
tarde las señoras mayores, su té y su partidita de cartas. A las seis los
hombres. Café, copa, cerveza y, cada vez más a menudo, un partido de
futbol.
Liliana,
así se llama, cuando llegó no sabía de futbol, ni leía la prensa ni veía
televisión. A mí me preguntaba por
horarios o partidos.
Tiene
memoria. En una semana sabía que tomaba yo y la mayoría de los habituales: una
gran ginebra con tónica en vaso de sidra lleno de hielo y con una rajita de
limón. Según entraba por la puerta, me lo ponía. Un poco después un aperitivo
para paliar los efectos del alcohol. Cuando el Atlético de Madrid o el Oviedo
ganaban, no muchas veces, solía repetir. Ella, también lo sabía.
Según
llegaba la noche más clientes, más consumiciones, más movimiento de caja y más
tráfico de camareros. La caja registradora acumulaba pedidos y cobros, el
teléfono no cesaba de sonar y problemas como falta de algún tipo de bebida o la
rotura de vasos o tazas, eran incidentes no eventuales sino casi ordinarios.
Lili debía
salir de doce a una de la noche. Nunca estuve allí para comprobarlo.
Así los
últimos años hasta que el coronavirus ha eliminado, por decreto, bares, empleos
y compañerismo. Ya no volveré a tomar una copa muy fría acodado en la barra, ni
contemplare el ir y venir de mi camarera favorita. Hoy está en el paro. Su
futuro es tan negro, “como la panza de una hormiga” que dicen en su país.
El virus se
la llevo. Solo un giro rocambolesco del destino o un milagro inhabitual, podría
hacer que otra tarde de primavera apareciese de nuevo.
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