El talento es más barato que la sal de mesa. Lo que separa
el individuo talentoso del exitoso es un montón de trabajo duro
Stephen
King
Contar cuentos podía significar urdir
absolutas mentiras. Como inventar historias.
Graham Swift
Hasta el
19 de Septiembre del 1983 nunca había estado con una mujer. Con una mujer
negra, quiero decir.
Vivía en
Quito y dirigía un proyecto internacional de búsqueda de yeso. Esta ilusión era
algo que todos conocían. Yo quería estar con una morena.
No sé el
día, sí que fue en casa de Maducho. Homosexual,
ilusionista de afición y representante de una familia española de posibles. Muchos años
después supe que eran los Koplovitz.
Al final
de la noche quedamos los dos solos. El resto, como por encanto había
desaparecido.
María era
del Cantón de Piñas, al Sur del país. Negra como el chapapote, grande, de
pechos prominentes y pelo ensortijado. Al pasar por el mis dedos lo note duro, áspero,
casi impenetrable. Se lo dije.
—En mi pueblo todos lo tiene
así—contestó.
Terminamos
en casa. Por la mañana, al entrar en el baño y ver la bañera quedo emocionada.
Nunca se había bañado en una. Le puse abundante gel y la llene de agua
caliente. Tardo nada en meterse, en juguetear con la espuma, en sumergirse. Sus
senos, como pequeños volcanes negros surgían y desaparecían entre la espuma,
sus pezones estaban duros, turgentes.
—Ven—dijo en un momento.
Caí sobre
ella y, de paso, inunde el suelo y parte del pasillo.
Típicamente
costera. Aparecía en mi vida y se esfumaba luego como la cosa más natural del
mundo. Juntos era cariñosa, melosa, nada distante pese a nuestras enormes diferencias. Reservada si, huraña no.
Conocía y me lo fue, poco a poco, enseñando todo su país. Primero la costa, su
fuerte, con el tiempo sus volcanes, las fuentes termales del altiplano. Siempre
deseaba ingresar en los baños termales, donde el agua brotaba, hirviendo, de la
tierra por el volcanismo existente. En las piletas, humeantes e irregulares, se
zambullía desnuda, como sus ancestros. Era normal que ciertos pueblos
indígenas, bajasen a las lagunas volcánicas para su aseo personal, frotándose cuerpo y pelo con hojas de agave machacadas. Disfrutaba moviéndose,
bebiendo limonada o zumo de naranjas, secándose al sol o al calor de las rocas.
Sigo
conservándola en mi mujerhoteca. No en una banda prominente, si en una cercana,
donde coloco aquellas féminas que solo me dieron alegrías en la vida y para las
que la palabra “problema” no existía. Allí está ella.
María fue
la única y última mujer que se despidió de mí en el aeropuerto “Mariscal Sucre”
cuando, en 1987, deje aquel hermoso país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario