sábado, 27 de junio de 2020

Una nota (Mr.5)

El secreto para progresar es empezar.
Mark Twain
La literatura se escribe mejor desde la infelicidad.
                                                                                Horacio Castellanos
La nota decía: “Ves, a ver si aprendes”. La dirección, frente a mi casa, en el bloque de apartamentos terminados hacia tres años.
Ángeles rondaba los cuarenta, morena, de piel blanca, delgada, apática, seca y sin sentido del humor.
Se casó muy joven, tuvo dos hijos, nunca supo cómo, hoy mayores e independientes, ya que ni le gustaba el sexo ni los hombres.
Juan, su marido, mucho mayor, con una intensa vida social, es, en la cama, como una segunda almohada y en la casa como un mueble clásico, hermoso, pero inútil. No hace nada.
Termino de arreglar la casa y salió. Sexto piso, puerta H. Abrió una chica joven con bata, desgreñada, como recién salida de la cama.
         —¿Qué desea?—
         —Venía. Perdón, puedo pasar—
         —Voy hacer café, pasa. —
La casa, un desastre. El saloncito, que hacía las veces de recepción, lleno de periódicos, revistas y ropa. La cocina, tres cuartos de lo mismo: cacharros en el fregadero, platos en las encimeras, vasos, latas de refrescos, restos de comida.
         —Perdona el desorden, ayer hubo mucho follón. —
Al ir, de nuevo, hacia el salón pasamos delante de otra de las habitaciones. Una jovencita dormía desnuda sobre un sofá sin sabanas.
         —Es Sonia—dijo cerrando la puerta—Luego te la presento—
Le conté la historia y le enseñe la nota.
         —Pues nosotras no fuimos— me contesto de inmediato.
         —Ten en cuenta—siguió—que por aquí pasan muchos hombres, también alguna mujer, aunque pocas. Cualquiera que te conozca pudo habértela enviado—
         —Quien viene por aquí—pregunte de inmediato—
         —Pues de todo. Jóvenes y no tan jóvenes, siempre quieren lo mismo, todos pagan un dinero en negro muy rico.
         —Y Juan —pregunte de inmediato enseñándole una foto—
         —A mí no me suena. Espera que Sonia se levante y llegue Lidya, las tres trabajamos aquí. —
Pase la mañana hablando con el trio. Nadie lo conocía. La nota era un misterio.
Con su permiso pase a trabajar allí como limpiadora, que falta hacía. De paso, podría ver a la clientela y por si reconocía a alguien.
De ahí a entrar como trabajadora sexual, al principio por cubrir la falta de alguna, por la regla, resaca o indisposición, no pasó nada.
Hoy soy la componente más solicitada del grupo. Para la Colonia del Monte Naranjo, no soy Ángeles, sino la Mamba,
Sigo sin saber quién me envió el anónimo. Quien me hizo ese favor, primero en mi cuenta corriente, que subió como la espuma, luego, dulcifico mi carácter y por último, a mis años, llegue a entender a los hombres. Con lo difíciles que son.

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