El secreto para progresar es empezar.
Mark Twain
La literatura se escribe mejor desde la
infelicidad.
Horacio Castellanos
La nota decía:
“Ves, a ver si aprendes”. La dirección, frente a mi casa, en el bloque de
apartamentos terminados hacia tres años.
Ángeles
rondaba los cuarenta, morena, de piel blanca, delgada, apática, seca y sin
sentido del humor.
Se casó
muy joven, tuvo dos hijos, nunca supo cómo, hoy mayores e independientes, ya
que ni le gustaba el sexo ni los hombres.
Juan, su
marido, mucho mayor, con una intensa vida social, es, en la cama, como una
segunda almohada y en la casa como un mueble clásico, hermoso, pero inútil. No
hace nada.
Termino de
arreglar la casa y salió. Sexto piso, puerta H. Abrió una chica joven con bata,
desgreñada, como recién salida de la cama.
—¿Qué desea?—
—Venía. Perdón, puedo pasar—
—Voy hacer café, pasa. —
La casa,
un desastre. El saloncito, que hacía las veces de recepción, lleno de
periódicos, revistas y ropa. La cocina, tres cuartos de lo mismo: cacharros en
el fregadero, platos en las encimeras, vasos, latas de refrescos, restos de
comida.
—Perdona el desorden, ayer hubo mucho
follón. —
Al ir, de
nuevo, hacia el salón pasamos delante de otra de las habitaciones. Una
jovencita dormía desnuda sobre un sofá sin sabanas.
—Es Sonia—dijo cerrando la puerta—Luego
te la presento—
Le conté
la historia y le enseñe la nota.
—Pues nosotras no fuimos— me contesto
de inmediato.
—Ten en cuenta—siguió—que por aquí
pasan muchos hombres, también alguna mujer, aunque pocas. Cualquiera que te
conozca pudo habértela enviado—
—Quien viene por aquí—pregunte de
inmediato—
—Pues de todo. Jóvenes y no tan
jóvenes, siempre quieren lo mismo, todos pagan un dinero en negro muy rico.
—Y Juan —pregunte de inmediato
enseñándole una foto—
—A mí no me suena. Espera que Sonia se
levante y llegue Lidya, las tres trabajamos aquí. —
Pase la
mañana hablando con el trio. Nadie lo conocía. La nota era un misterio.
Con su
permiso pase a trabajar allí como limpiadora, que falta hacía. De paso, podría
ver a la clientela y por si reconocía a alguien.
De ahí a
entrar como trabajadora sexual, al principio por cubrir la falta de alguna, por
la regla, resaca o indisposición, no pasó nada.
Hoy soy la
componente más solicitada del grupo. Para la Colonia del Monte Naranjo, no soy
Ángeles, sino la Mamba,
Sigo sin
saber quién me envió el anónimo. Quien me hizo ese favor, primero en mi cuenta
corriente, que subió como la espuma, luego, dulcifico mi carácter y por último,
a mis años, llegue a entender a los hombres. Con lo difíciles que son.
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